El día que fuimos dioses, de Francisco Rodríguez Tejedor

Una nueva edición de este drama romántico internacional ambientado en las ciudades del Lejano Oriente: Tokio, Pekín, Shanghái, Hong Kong, Singapur y Bangkok, junto con otras tantas ciudades españolas y europeas, recogiendo los 25 últimos años de la vida de sus protagonistas hasta el momento actual.
Los sueños y amores de juventud de un grupo de universitarios a los que la vida ha dispersado por medio mundo, y su difícil materialización en la vida adulta, son la base de una historia dramática y romántica a un tiempo, siempre conmovedora, llena de pasiones universales: el amor, el sexo y las ansias de realización personal, que conviven con la fuerza de la amistad, del futuro y de los momentos felices de aquellos días. Llevada al cine

Ha costado encarar esta lectura, lo reconozco. No ha sido fácil comenzarla, al igual que no ha sido fácil acomodarme a su texto, quizá demasiado poético, para lo que me esperaba, y demasiado filosófico para permitirme leer relajada. Y lo más curioso de todo es que, precisamente por todo lo anterior, con el añadido de la verdad que encierran las palabras que contiene, me ha gustado mucho más de lo que parecía mientras la estaba leyendo. He pasado de «no me engancha nada» a «necesito saber qué pasará y qué ha pasado», terminando con un «tengo que pensar».

Llueve a medio día, a lo mejor todavía no es medio día, sino solo las once y media, llueve como si fuera el amanecer, o el anochecer, qué más da, llueve como toda la vida, de arriba para abajo, llueve sobre la ilusión, sobre el afán de los hombres y de las mujeres, que no se termina nunca hasta la muerte, o, tal vez sí, pero no hoy y aquí, en esta habitación de la planta veintinueve del Swiss Hotel.

El día que fuimos dioses es una historia de varias historias entrelazadas por instantes, por decisiones e, incluso, por sitios, pero todo con el sentido completo que se consigue armando una estructura mucho más sólida de lo que parece. Os digo esto porque es muy fácil perderse entre tanta reflexión, tanta mirada y tanta implicación por parte de los personajes y, sobre todo, por parte del narrador. Al final, sabes quién es Indira, quién Fernando, quién Eva, quién Nando y quiénes son el resto de los personajes que aparecen, desde el que tiene un papel pequeño hasta el que es esencial, el que determina todo, el que desencadena consecuencias en los demás.

¡Qué felices éramos! ¡Qué felices fuimos sin apenas yo saberlo! El amor es como la juventud, que cuando la tienes apenas reparas en ella y en tu inconsciencia puedes hacer las mayores tonterías del mundo. La juventud es como el amor que, cuando se va, sigues oliendo su fragancia durante mucho tiempo, aunque el amor ya no siga allí. Debe ser la oquedad de su presencia que un día nos inundó de esa dicha tan normal entonces y tan preciada ahora.

Es verdad que me ha parecido un texto que a veces pecaba de ser demasiado lírico, demasiado delicado o demasiado poético, lleno de metáforas y significado (creedme, la lluvia y el viento tienen mucho que decir). Por otro lado, ese estilo narrativo acompaña, de forma adecuada, a una historia con bastante trasfondo filosófico y endulza la dureza de la trama en torno a la que giran alguno de los personajes. De alguna manera, muestra la realidad como es, habiendo más verdad en lo que nos dice de lo que nos gustaría reconocer. 

Quizá, cuando leemos, buscamos algo que nos evada, y en esta historia eso no lo vas a encontrar, porque, a través de esas palabras cargadas de significado, a veces en exceso, te muestra la triste realidad de la soledad humana, de los recuerdos, del miedo, de los errores y también del paso del tiempo.

La vida solo es la consciencia de sentirse derrotado por la muerte y, por eso, la gente tal vez también ama, ríe, en un momento de fugaz olvido. La vida es tan solo la fragilidad, el débil latido que milagrosamente subsiste. ¿Es por ello que produce tanta compasión, tanta ternura, tanta bondad, en la gente que realmente vive? ¿Van por eso de la mano y, tal vez, duermen muy juntos en la oscuridad de la noche y cuidan y protegen a sus hijos indefensos?

Es un texto que quiere proyectar tanta reflexión interior que llega a abrumar, al menos eso es lo que me ha pasado a mí en algunos momentos. He llegado a sentirme herida por lo que leía, quizá porque se acercaba demasiado, siendo una historia totalmente ajena a mí. Esto hace que sea todo mucho más interesante. Eso sí, he tenido que llegar hasta el final, hasta el epílogo en sí, para darme cuenta de ello y para concluir que la lectura ha merecido la pena, algo que si me hubieras preguntado antes, no hubiera sido así. 

¿Sabes Indira?, las personas no vivimos como queremos sino solo como podemos. Querríamos vivir como dioses y cambiar el mundo y al final tenemos que vivir como hormigas y arrastrarnos por las aceras todas las mañanas.

Llega a tener tanto peso lo que lees que casi es demasiado filosófico, dejando que la historia en sí, que es bastante directa realmente, aunque no lo parezca, se pierda un poco. Es fácil desorientarse con tanta reflexión. Eso sí, creo que el autor debió realizar un ejercicio de explosión brutal de cada uno de los personajes; son demasiado intensos, demasiado extremos o demasiados en bruto. 

La historia tiene ese aire romántico drástico y definitivo, casi al estilo más purista del romanticismo clásico, por el camino que llevan los personajes, por el final de sus historias, por la pena alojada en tanta soledad y miedoAy, las debilidades humanas y las miserias, cómo arrastran nuestro proceder. Al final, la soledad de la vida y la crueldad de la realidad marcan esta historia y a sus protagonistas. Cada uno busca su sitio en esta vorágine llena de intriga por saber qué es lo que une al grupo o qué ocurrió en el pasado y que marcó todo. 

—Chow, es verdad —le dice Peter al muchacho—. El amor es lo único importante en esta vida. Cuando te llega el amor te das cuenta que el hombre debió ser dios un día. Esas ansias de trascendencia, de mirar más allá de nuestra corta estatura, de adivinar horizontes de grandeza, ese empuje para superar nuestra liviandad, nuestra fragilidad, solo lo da el amor.

Uno de los mejores momentos llegó cuando fui consciente de toda la literatura que había en la historia y de cómo servía de inspiración y de conducción para crear conexiones y también para entender el texto y los sentimientos. (Me ha creado unas ganas enormes de leer a Machado). Y, mientras leía, e iba enlazando una historia con otra, nadie me quitaba esa sensación catastrófica que envolvía todo, que me llevaba a un final inesperado, dejándome el sabor amargo de la vida, llena de soledad, tristeza y consecuencias.

—Pero Eva, por Dios —exclamó divertido Nando—. A estas alturas no me digas que confundes al escritor con su máscara. Yo he visto —continuó—, por los ojos de Cela, la España de los cuarenta y de los cincuenta: El Viaje a La Alcarria, Judíos, Moros y Cristianos, Viaje al Pirineo de Lérida. Sus obras están hechas con primor, como trabajaban los antiguos alfareros, y detrás de la cortina del paisaje está la emoción temblorosa del corazón del hombre.

Lo dicho, un libro complicado, denso, difícil, interesante y del que obtienes mucho, muchísimo. Por cierto, si leéis los agradecimientos tendréis un «regalo», que yo he agradecido sinceramente. No dejéis de verlo; eso sí, cuando terminéis de leerlo.

**Me acabo de dar cuenta de que os he hablado más bien nada de lo que pasa en esta historia. Bueno, ha sido mejor así. Espero haber levantado vuestra curiosidad por lo menos.

  




Comentarios

  1. Muchas gracias Carmen por tu reseña. Llena de sensaciones que has percibido al leer el libro y que son tan interesantes para mí. Si te apetece leer algún otro libro mío, por favor, házmelo saber. Mi email: francisco.rodrigueztejedor@gmail.com. Un abrazo literario.

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