Durante siglos, la fórmula para fabricar porcelana fue uno de los mayores secretos de China. Nadie en Europa sabía fabricarla y aquel que lo consiguiera se haría inmensamente rico. En 1707, Damián Ossorio, un comerciante de porcelanas afincado en Manila, recibió el encargo del rey de España de robar el secreto de la porcelana. Al mismo tiempo, Johann Frederick Böttger, un alquimista que trabajaba para Augusto II de Sajonia, haría un sorprendente descubrimiento en su laboratorio del castillo de Albrechtsburg. Su hallazgo cambiaría para siempre las relaciones comerciales entre la vieja Europa y el Celeste Imperio y también la vida de Damián Ossorio.
Últimamente me apetece mucho coger alguno de los libros que tengo en mi librería y ponerme a leer; me refiero a esos libros olvidados, como los llamaba No solo leo, que todos tenemos en casa; esos que llegaron como regalos, que compraste por impulso o necesidad, aquellos que fueron amor a primera vista cuando los encontraste en una librería, pero se han quedado sin leer.
— Hubo un tiempo en que la fórmula para fabricar porcelana fue un secreto de Estado por el que pugnaban las grandes monarquías europeas. Digo europeas y no mundiales porque existía un país donde se conocía la ansiedad receta: China.
El secreto de la porcelana se vino a mi casa tras una visita a una librería de segunda mano muy apetecible. No recuerdo cuánto tiempo lleva conmigo pero, por fin, lo he leído.
Escrito a modo de relato que Pablo Solórzano, un explorador español, comparte con los asistentes a una de sus conferencias llamada El secreto de la porcelana y organizada por la Sociedad Geográfica, a la que ha ido Rambaud, que es el quien inicia la narración del libro y quien lo termina, también es quien nos presenta a Solórzano como un narrador excepcional, dando pie a disfrutar de lo que vamos a leer.
Este relato le llega a Solórzano de alguien que conoce en uno de sus viajes de regreso de Manila, el español Miguel Blasco Castiñeira, quien le da un cuaderno que contiene la historia de Damián Ossorio, caballero comerciante español del siglo XVII, que recibe el encargo, bajo pena de muerte, de conseguir la fórmula de la porcelana China. Este cuaderno, escrito por Miguel Blasco, a quien le contaron la historia ocurrida 150 años antes, comparte con el lector un viaje, una búsqueda, hacia lo más profundo de la sociedad china del siglo XVII y muchos de sus secretos.
En cierta manera, somos conscientes de que la historia que nos llega está sesgada, ya que nos llega a través de muchas personas y cada una de ellas ha debido dejar su impronta en ella, pero eso no le resta un ápice de interés y de atractivo.
La mar, con sus peligros, transforma a los hombres que se atreven a surcarla, ungiéndolos con la brea invisible de la solidaridad. En el mar, los seres humanos no tienen más que una opción: permanecer unidos. Como señaló Baudelaire, frente a los temores individuales, la multitud es el asilo para el desterrado, además de un narcótico para aquellos que se sienten abandonados. y en el mar todos los hombres se sienten desterrados o abandonados a su suerte en un mismo destino común
Intercalado, tenemos capítulos sobre el cautiverio de Johann Frederick Böttger, alquimista que fue obligado a transformar el metal en oro pero al que se le atribuye el descubrimiento de la fórmula de la porcelana en Europa. Quizá esta sea la parte más histórica del texto y está perfectamente integrada dentro de la construcción de la historia. Con ella, el escenario alrededor de la búsqueda de ese secreto, siempre por motivos económicos, claro, es mayor, y mejor.
Los chinos llaman a su país Dyung Go, que significa País del Medio, y eso implica que creen que China (ThienHia, lo que está bajo el cielo, el Celeste Imperio) es el núcleo o centro del universo. Nada, pues, puede enseñarle un extranjero a un chino; en cambio, un chino tiene que enseñarle todo a un extranjero; todo, salvo aquello que está prohibido enseñar, como el secreto de la porcelana.
—Veo que le repugna el olor del anfilón (ese es el nombre del opio en tagalo). Pero le aseguro, amigo mío, que el mundo huele a cosas peores —observó el militar.
Dejando a un lado lo bien escrito que está ya que facilita la comprensión y "el viaje" por esa época y lugar, por un lado me gustaría destacar cómo el autor consigue en tan solo algo más de 200 páginas una novela muy completa, en la que no solo descubriremos la realidad más cruda de la vida en la China de 1667, sino que seremos testigos de las consecuencias que tienen para los personajes toda la violencia y la crueldad asociadas a la ambición o a la lucha política; por otro lado queda muy patente el motor que mueve a cada uno de los personajes, ya sea ambición, venganza, miedo, arrepentimiento, supervivencia o, en cierta manera, amor.
No solo he disfrutado muchísimo de la historia en sí, de esa lucha por llegar hasta donde Ossorio quería llegar, sino que también me ha encantado situarme en ese siglo en China y tener la sensación de que me estaba introduciendo en una parte secreta, vetada a los extranjeros de nariz larga, como Ossorio. Ese mundo difuminado por el opio y por el silencio; esas mujeres obligadas a no tener pies para no huir; la Ciudad Perdida; los muchachos; la fábrica de cerámica. Muchos puntos se tocan en este pequeña historia, entre ellos también Filipinas como colonia española y la revolución que comienza allí.
Soy consciente de que vivir una experiencia no es lo mismo que describirla con palabras, pero en cierta forma la historia que cuenta este cuaderno es parecida a la mía, porque está llena de desencanto. Si tuviera que definirla, diría que se trata de una historia ejemplarizante, ahora que estamos tan necesitados de buenos ejemplos.
Además, esa historia dentro de otra historia dentro de otra me ha parecido un recurso narrativo muy, muy interesante; casi como una sencilla matrioska. Si me preguntas quién es el protagonista de esta novela, no te diría que Ossorio, cuya historia es escrita en primera persona por Miguel Blasco; ni te diría que Miguel Blasco, moribundo adicto al opio que se acerca a Solórzano para pedirle que publique la historia del cuaderno que le cede; ni Pablo Solórzano, aventurero, explorador y gran orador, que utiliza la historia que se le dio para hablar a los asistencias; ni Rambaud, quien, agradecido por lo que ha escuchado, comienza el libro precisamente con ello. Para mí, la protagonista de la novela es la porcelana y su secreto, y las consecuencias de querer dominar su producción.
—Sí, Rambaud, los vicios, al igual que el amor, vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos.
Un acierto ese capítulo final, cuyo desenlace casi me ha recordado a las novelas que juegan con el pasado y el presente, y, porque no, con la realidad.
Pues me gusta mucho lo que cuentas, Carmen. No conocía de nada el libro, pero lo dejo apuntado por si me lo cruzo. Tiene mérito que el autor consiga meter todo y eso y además bien en tan pocas páginas.
ResponderEliminar¡Besote!
No he leído nada del autor ni conocía este libro, pero no creo que me haga con él pronto. No me llama demasaido.
ResponderEliminarTiene muy buena pinta guapa. Yo he estado leyendo todo este mes libros casi solamente de mi librería, y que gozada poder elegir entre tantos.
ResponderEliminarB7s