La rana viajera, de Julio Camba

Publicada por primera vez en 1921, La rana viajera supone el reencuentro del incansable viajero con su «charca», donde todo sigue exactamente igual que cuando la dejó: la misma gente, las mismas ideas, las mismas costumbres se reproducen y perpetúan de un modo cansino.

Tiene el lector en las manos un libro divertido y triste a la vez, sagaz a la par que incómodo, no exento de una crítica mordaz y de una voluntad de crear polémica desde el humor y con un estilo ingobernable, un libro que invita a repensar los problemas de este país desde una óptica distinta y que, conforme avanza, nos convence de la tremenda actualidad de Julio Camba como escritor: no es ya que algunos de sus artículos parezcan escritos anteayer, es que muchos podrían pasar, perfectamente, por ser la columna de pasado mañana.

Interesante libro he tenido en mis manos gracias a Babelio y su masa crítica. Se hizo esperar, pero podríamos decir que por el espíritu viajero definido en la wikipedia como escritor, periodista y humorista. Una vez leído esbozos de su vida itinerante, solo me queda pensar qué llevó a un niño de trece años, nacido en Pontevedra, a escaparse de polizón en un barco a Buenos Aires, Argentina. Ese fue Julio Camba. Estamos a comienzos del siglo XX.
Mis artículos de entonces, como los que más tarde escribí desde otras capitales, tenían la pretensión de estudiar experimentalmente el carácter nacional, pero el único sujeto de experimentación que había en ellos era yo mismo. Yo estoy en mis colecciones de crónicas extranjeras como una rana que estuviese en un frasco de alcohol.
La rana viajera es la recopilación de una serie de artículos que escribió durante los años 1918 y 1919 que publicó en el periódico El Sol, para el que trabajó durante diez años, pero más interesante parecen sus estancias en Nueva York, Turquía, Berlín, Roma o Londres. Es lógico pensar que todo el periplo que fue su vida se ve reflejado en sus artículos de opinión.
Ahora el poeta vuelve a su tierra, es decir, la rana torna a la charca. Pero, y sin que haya llegado a criar pelo, ya no es la misma rana de antes.
Dejando a un lado al autor, y centrándome en esta recopilación, sin duda, lo primero que llama la atención es la actualidad de los temas tratados, sobre todo en lo referente a política. Casi podríamos decir que lo que dice encaja con lo que ocurre ahora, aunque haya pasado 100 años.

A mi vez, yo diré que una noche me despedí de unos amigos con los que había estado cenando en un café de la Puerta del Sol. Creo que les dije que iba a volver en seguida, y volví siete años más tarde; pero ¿qué son siete años en un café de Madrid? Los amigos estaba todavía allí, y la discusión continuaba.

Viajar es maravilloso. Viajar te abre la mente, te hace ver cosas diferente, conocer otra sociedad, otro carácter. Lo que ocurre cuando viajas, o cuando vives en el extranjero, es que vuelves. Al volver, tu percepción, en este caso de España, es diferente. No es que haya cambiado, sino que la comparas con aquellos lugares en los que has estado. En La rana viajera tenemos precisamente eso: el choque de esa «rana» que ha viajado por diferentes ciudades, que ha vivido la Gran Guerra, aunque sea de lejos, y ver cómo percibe esa España de los años 18 y 19. Mucho humor, un lenguaje muy divertido y muy directo, incluso a veces tierno y magnánimo. Hay muchísima ironía y una mirada crítica a la sociedad y al lenguaje tan intrínseco de los españoles.

Ahora comprendo por qué tantos escritores malos tienen tantos y tan buenos admiradores. Con dos admiradores más, yo me volveré completamente idiota. 

Temas tan importantes como las diferencias entre el campo y la ciudad, la educación, la cultura, la política, el dinero, el conocimiento, el Gobierno, Madrid, Galicia, San Sebastián, Barcelona, los nacionalismos, la raza, Alemania, los alemanes, la historia, el gallego, el vasco, el catalán, los antivacunas, los ricos y los pobres, el pensamiento global... Todo ello a través de un texto ingenioso, divertido, muy significativo, clasificador, inteligente, curiosamente actual... se critica desde la pertenencia absoluta, es decir, hablas de lo tuyo porque es lo tuyo y puedes.

En España, país de los viceversas, son solo algunos pobres campesinos andaluces quienes pronuncian la hache. Las demás gentes se limitan a usarla como un elemento decorativo, y mientras unas se la echan al te, otras se la ponen a las toallas

Son artículos muy cortos y resultan muy cómodos de leer. Es verdad que tiene que apetecerte un texto así; un texto que no implica una historia, que no tiene un hilo común, que no es ficción. Es casi como si tuvieras en tus manos la visión irrisoria de alguien que miraba la vida hace 100 años. 

—No—respondo—. Yo no soy un celta. Acaso lo haya sido alguna vez, pero en una época tan remota, que no conservo de ello ni el más vago recuerdo. Si yo fui celta, este fausto suceso me aconteció mucho antes del imperio romano, y, desde entonces acá, ¡han pasado tantas cosas! Es posible que, en el transcurso de los siglos, yo haya sido también godo, fenicio y moro. Los irlandeses se las echan a su vez de celtas, y, sin embargo, yo me siento mucho más afín a un madrileño que a un irlandés.

En resumen, es una muy significativa recopilación de artículos que nos hacen ver a través de un viajante gallego, afincado en Madrid (de hecho, vivió en el hotel Palace desde 1949 hasta que murió en los años 60), las peculiaridades de la sociedad, de la política y del pensamiento español. Este periodista ha vivido en las grandes ciudades europeas, lo que le permite mirar "su charca" con la sabiduría de las mentes pensantes y los entendidos de la palabra, usada desde la ironía, el sarcasmo e, incluso, la belleza de su propia verdad; y todo ello con mucha crítica política. 

La sensibilidad ante la música no tiene para mí mucho más valor que la sensibilidad ante el zumo de cebolla.

Eso sí, no voy mucho más allá del valor del texto, quizá demasiado personal, demasiado irónico y demasiado general para que me haya encantado. Ha estado bien, ha sido interesante, algo diferente; quizá hubiese agradecido una edición con notas del editor que me explicara quién era quién, o a qué hacía referencia el texto.


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